
Luis Grynwald, presidente de la AMIA, detalla sus pasos por la mutual y resalta el trabajo de los empleados.
El tercer sector, aquel formado por las ONG, cumple misiones importantes de ayuda a la sociedad. Organizaciones sociales de diferente magnitud intervienen en la vida cotidiana, la política, el medio ambiente, la salud, la economía y la asistencia social.
Muchas personas dedican gran parte de su tiempo a trabajar en forma voluntaria o rentada en estas organizaciones sin fines de lucro.
Es el caso de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en la que trabajan 300 empleados y 150 voluntarios distribuidos en diferentes sedes.
Luis Grynwald, actual presidente de la AMIA, es uno de los casos de trabajo voluntario. Es responsable de la misión, visión y estrategia que permiten llevar adelante los objetivos de la mutual judía en la Argentina.
Para llegar a su puesto actual, Grynwald ha recorrido un largo camino. Comenzó trabajando en una asociación deportiva durante años hasta llegar a ser tesorero, el primer cargo que ocupó en la mutual.
-¿Cuál es la función de la AMIA?
-Mejorar la vida de los argentinos. Entrando más en detalle, hay una visión respecto de la integración de la comunidad judía y la sociedad argentina que es un todo, único e indivisible. Es mejorar protegiendo la diversidad. El atentado hizo salir a la AMIA a la calle, cosa que antes no sucedía, y el segundo quiebre fue la crisis de 2001, donde se la instala nuevamente como factor social muy importante.
-¿Qué acciones realizaron en 2001?
-Pasamos a ser responsables de la existencia de 50.000 personas que estaban debajo de la línea de pobreza, cosa que nunca había sucedido en la comunidad judía. Pasamos a suplir un rol del Estado. Si siempre teníamos un número de 6000 o 7000 personas necesitadas, pasar a un número de semejante magnitud es suplir políticas deficitarias sociales del Gobierno.
-¿Cuándo ingresó como tesorero en la AMIA?
-En la época de la bomba, entre 1993 y 1996.
-¿Cuál fue el camino que realizó para llegar a ser presidente?
-La AMIA está compuesta por partidos políticos, yo pertenezco a uno de ellos, que es el que me instaló en la tesorería. En 1993, el 92% del presupuesto de la AMIA era para sueldos, había 720 empleados. Asumimos con el compromiso de dejarla en 300. A principios de 1994 ya habíamos hecho la reducción del personal. Se le pagó a cada uno hasta el último peso por haber salido a buscar dinero en el exterior. Con la bomba se desarmó todo, pasás a necesitar el dinero para decidir qué hacer con la institución, con las familias que había que contener desde el mismo 18 de julio. Volví a la comisión directiva como vocal y gané las elecciones por el 53% de los votos, que es el número más alto en la historia de la AMIA.
-¿Hay alguna diferencia entre el voluntario y la persona rentada?
-Creo que no, son perfiles diferentes. Hay gente que puede entregar 8 horas diarias de donación contra las 8 horas diarias que da un rentado. Es difícil explicar la pasión y el orgullo de trabajar para la comunidad. Yo puedo decir que perdí los mejores tres años textiles de la historia de la Argentina, por eso no hay cómo transmitir la sensación y la pasión con la que uno hace esto.
-¿Cuáles son las características de un voluntario?
-Antes voluntario solamente podía ser aquella persona que estaba económicamente hecha. Con esta comisión entramos 11 personas, de 50 años. Volteamos el promedio de edad histórico que era muy alto. Nosotros sostenemos que hay gente de entre 30 y 50 años no pudiente, pero sí con muchísimas ganas de trabajar que no tenía el acceso a estas instituciones importantes.
-¿Cómo lo revirtieron?
-Como gané con una amplia mayoría, traje a un equipo de gente que no figuraba en ningún lado. En esta gestión hay siete personas que eran totalmente desconocidas en la AMIA y son los que más se han destacado.
-¿Cómo es el perfil del empleado?
-Hay de todo. Y todo lleva una impronta personal del presidente. Podés ser presidente y conocer solamente al grupo de directores, como podés conocer al último de los sepultureros que hay en el cementerio. No digo que conozco a las 300 personas, pero sí a 280. Al tener una comisión directiva cada tres años, cada uno le da un sesgo diferente.
-¿Esta modalidad tiene alguna ventaja?
-Convivís muchas horas acá. Conocer a la gente no significa perder la autoridad.
-¿Qué competencias hay que tener para trabajar en la AMIA?
-Aceptar ganar poco, trabajar muchas horas -en tono humorístico-. Podemos estar un 10% abajo o arriba que en las empresas. Tener orgullo de pertenecer a la comunidad judía, porque en realidad los salarios son los normales. A pesar del temor que puede haber en mucha gente de trabajar acá, después del atentado muchos no volvieron.
-¿Todos los empleados pertenecen a la comunidad?
-Alrededor del 33% de la dotación no es de la comunidad. Son personas que han trabajado en el sector social y que tienen una gran vocación de servicio.
-¿Qué acciones de retención realizaron frente al descenso de la tasa de desempleo?
-Una organización con 300 empleados no podía seguir funcionando con ideas. Teníamos que establecer políticas claras de retención del personal clave, un plan de pasantías para atraer personal que fuera de la comunidad y que tuviera potencial para desarrollarlo internamente. Se generaron muchas herramientas de recursos humanos que fortalecieron a la AMIA como institución social, pero que trabaja también, en algún sentido, con la lógica del mercado empresarial. Uno compite por el postulante con el mercado.
-¿Este proceso de profesionalización los ha llevado a pensar en postularse para el Premio Nacional a la Calidad?
-Es causa y consecuencia. De alguna forma lo que nos llevó es la fuerte motivación de querer ser una organización mejor.
-¿Cuál es el próximo paso?
-Una política de premios y castigos. La gente se rompe trabajando, pero si sabe que puede obtener algo más, tiene un mayor incentivo. Las evaluaciones de desempeño te permiten ver quién es excepcional y quién no está cumpliendo con las expectativas del puesto. Esto rompe con una inercia de 113 años. Yo creo que a la gente hay que tenerla bien.
Hoja de vida
LUIS GRYNWALD tiene 53 años. Nació en Buenos Aires, está casado con Paula. Tiene 3 hijos, Eitan (Vigoroso, en hebreo), de 31; Daniela, de 28, y Leila, de 26. Es docente judío, título que lo habilita para dar clases en colegios primarios y ser profesor de secundarios judíos. Es dueño de una empresa, junto con su hermano, del ramo textil. Es hincha de Boca y aseguró: “Voy todos los fines de semana a la cancha con mis hijos, amigos, proveedores y clientes”. En marzo, durante la última cena anual de la AMIA, aún como presidente, tendrá el privilegio de ser testigo del remate de objetos donados para recaudar fondos por reconocidas personalidades. Tal como un palo de golf de Roberto De Vicenzo, un pañuelo de Estela de Carlotto y las zapatillas que utilizó Julio Bocca durante su despedida en la Av. 9 de Julio.
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